NORMA SEGADES – MANIAS (Santa Fe – Argentina)


Autora de 15 libros de poesía y 4 de narrativa
1.“Romance del Brigadier” (Ed. del Autor-1986),
2."Más allá de las máscaras" (Ed. Sub secretaría de Cultura Pcia.de Santa Fe-1989),
3."El vuelo inhabitado" (Ed. Lux-Santa Fe–1990),
4."Habitantes del paisaje", capítulo `Mi voz a la deriva´ (Ed. Colegio de Farmacéuticos-Santa Fe-1990: Ed. Lux-Santa Fe-1991),
5."Tiempo de duendes" (Ed. Lux-Santa Fe-1991),
6."El amor sin mordazas" (SEUBA Ediciones-Barcelona-1992 / Ed. Lux- Santa Fe-1994 / Ed. Cid de León-México-2004),
7."Crónica de las huellas" (Ed. Vinciguerra-Bs. As-2000 / Ed. Cid de León-2004),
8."Un muelle en la nostalgia" (Ed. del Autor-Santa Fe-2001),
9."A espaldas del silencio" (Ed. del Autor-Santa Fe-2002),
10."Desde otras voces" (Linajes Editores-México-2004 / Universidad Tecnológica Nacional-Santa Fe-2005),
11."La memoria encendida" (Ed. del Autor-Santa Fe-2004),
12."Pese a todo" (CD-Ed. del Autor-Santa Fe-2004),
13.“En nombre de sus nombres” (Ed. Media Isla- Estados Unidos-2011)
14.“Vitrales en tinieblas” (Ed. Latin Heritage Foundation-Spanish Edition-Estados Unidos-2011)
Parte de su obra ha obtenido numerosas distinciones entre las cuales podemos destacar el Primer Premio Edición Certamen Poético Regional "Rosalina Fernández de Peiroten" (Argentina-1990), Primer Premio Edición Certamen Poético Internacional "Villa de Martorell" (España-1992) y el Primer Premio Internacional de Narrativa “Alicia Moreau de Justo” (Argentina-2010)


ALFONSINA STORNI

Esta poeta excepcional, esta mujer capaz de desafiar los asfixiantes convencionalismos sociales, impotente ante el dolor producido por el cáncer, se arroja al mar. Tenía 46 años.
Mar del Plata-Buenos Aires/Argentina (1938)


Sumida en el dolor. Loca de pena.
Un animal salvaje agonizando entre hierbas nacidas en octubre,
afuera, donde brama la tormenta
y el viento ha desatado sus demonios
donde la lluvia es furia despeñando goterones de ocultas esperanzas
justo en el filo de las escolleras mientras la soledad y sus espectros
rasguñan la impiedad de los insomnios,
estoy de pie, de pie sobre las rocas, de pie frente a la cólera tremenda
que pronuncia mi nombre, que me llama con las voces leprosas del salitre,
que azota con sus rabos poderosos
y esculpe la figura de una loba aullando en la orfandad de las tinieblas, lamiéndose los senos mutilados, roídos por las zarpas, los colmillos,
las uñas de este cáncer alevoso.
De pie sobre el abismo, soy la hembra
que disputó a los hombres sus baluartes sólo con su talento por trinchera
y un idioma desnudo, descarnado, dibujando las huellas del sollozo.
Mi nombre es Alfonsina. Ese es mi nombre.
Mujer, madre, poeta, asalariada y el corazón por todo escapulario,
por todo talismán contra el olvido, contra la oscuridad,
contra los odios.
Quiero elegir mi muerte.
Tanta lucha, merece mucho más que la morfina y la degradación de sus letargos
y las bocas abiertas para siempre hacia el despeñadero del asombro.
Tan sólo el mar conoce los secretos que ocultan tras rotundas cicatrices.
Tan sólo el mar, tenaz como ninguno en la ferocidad de las ausencias.
El mar, tan sólo el mar, y sus despojos.


MANUELA SÁENZ

El 23 de Noviembre de 1856, Manuela Sáenz, revolucionaria participativa en la independencia americana, quién compartiera ideales, batallas y lecho con Simón Bolívar, muere de difteria en el puerto peruano de Paita. Tenía 59 años.
Ecuador-Perú (Paita)


Soy la bruja de Paita,la hechicera que ha de morir ahogada entre las fiebres
después de tanta lucha, tanta furia, tanta sangre vertida en los abismos de esta tierra en harapos,
de esta tierra descalza hasta la médula doliente.
Soy la fiera adversaria, la enemiga que ha de entregar el alma a los silencios
donde habita el fantasma del olvido,
la expatriada que ha de entregar su carne a las llamas tajantes de esa pira
que eleva su estatura en la intemperie;
la ecuatoriana loca, la rebelde
condenada al sigilo de la historia,
responsable de andar enarbolando banderas de idearios imposibles,
de mutilar intrigas y traiciones con un filo de lenguas contundentes.
Una vez fui la hembra cabalgando las noches encendidas de un guerrero
que extravió su pasión entre mis muslos,
la mujer que mordía su cintura,
que arrancaba gemidos desgarrados a la agonía breve de su vientre.
Una vez fui la mano que calmaba los espasmos desnudos de la muerte
con paciencia de láudano furtivo
mientras la falsedad se enmascaraba
y una literatura panfletaria apretaba los puños y los dientes.
Una vez fui soldado, coronela, trasladaba en arcones la tormenta,
la unidad de los pueblos, los relámpagos,
por los senderos ásperos de América;
custodiaba la huella de los sueños, la tinta adusta, la palabra urgente.
Soy la sombra de Paita. Soy la sombra
sin sepulcro ni cruces ni plegarias.
El fuego está aguardando por mi nombre.
Yo soy Manuela Sáenz. Soy Manuela.
A lomo de violentos desvaríos vengo a entregar mi vida irreverente.

LAS ESFERAS DE FUEGO

Las llaman fuegos fatuos, damas de las antorchas o limníades, aquellas que iluminan…
Son pequeñas burbujas. Glóbulos donde el fuego engendra nuevas luces que engendran nuevas luces.
Los seres que habitaban la génesis del tiempo las pensaron como almas que aguardan un castigo. Espíritus sin tiempo errando los caminos al caer de las sombras.
Pero ellas pertenecen al reino de las hadas.
Tienen identidad de patrocinio, de confraternidad, de intermediario entre la omnipotencia de los dioses y las necesidades de los hombres.
Bajo su influencia el vientre de la tierra, con sus frutos, sus flores, sus promesas, afina melodías en la profundidad de los torrentes.
Si hay nubes avanzando a contracielo sobre la palidez de las estrellas es posible que quieran revelarte su esencia de violetas.
Porque cuando el amor paseaba su inocencia por las ondulaciones montieleras, supieron visitar a los antiguos que andaban concibiendo los días de tu sangre.
Era la edad en que las apetencias saqueaban las entrañas de los bosques.
Formaron en parábola su corro iluminado, estrecharon los lazos de cintura a cintura y cubrieron su espalda, como un manto.

LAS QUE HABITAN EL AIRE

Las sílfides son hadas de la altura. Espíritus del aire. Tienen la distinción de las libélulas. De errantes mariposas.
La perenne textura de sus alas las eleva como una llamarada por los senderos de las siemprevivas. Trepan como fragancia de magnolias o plegarias de blancas azucenas o cánticos de calas obstinadas bajo la fluorescencia de la luna.
Un enigma de siglos esboza a sus espaldas los códices precisos de la vida. Por eso es que a su paso maduran aleluyas. Y se nombran los nombres primordiales. Y estallan melodías. Y los amaneceres se tornan imperiosos, necesarios.
Dominan los idiomas ancestrales. El de los magos. El de las elfinas. El de los seres feéricos.
Y construyen sus nidos en cada promontorio, ladera de montaña, oquedades de antiguas serranías. Siempre lejos de todos los humanos. Siempre lejos de todo. Siempre lejos.
Eternamente jóvenes, no conocen los días de la muerte.
Un día después de su primer milenio se envuelven en los velos de la ausencia. Evolucionan hacia los silencios. Hacia la desmesura de la escarcha. Hacia los horizontes de la noche. Cierran sus ojos largamente verdes. Y nunca más regresan.
Aunque a veces horadan la piel de los espejos y dejan que la sangre de su sangre adivine sus huellas.
¿Las has visto, Morena?

ACERCA DE LOS SUEÑOS.

El señor de los pájaros fue el primero de todos sus hermanos en transformar la soledad en música.
Nació predestinado a largas cabelleras, tristeza de magnolias derivando en los cauces de la sangre
y esas ciertas sonrisas que no alcanzan para encender los ojos.
En sus días, las ramas de los nísperos, de los olivos y los limoneros capturaban canciones y poemas bajo el silencio azul de las escarchas.
Era hijo del viento y de la reina de las mariposas.
De su padre heredó las levedades, el idioma de ciertos semilunios, las fragancias y los desmesurados torbellinos.
De su madre los vuelos, nostálgicos, tenaces, minuciosos, translúcidos, los universos verdes.
Creció en medio del huerto y engendró la esperanza en tiempos en que pocos recordaban el destino final de los senderos
y algunos talismanes ya habían abdicado a deshacer hechizos
y los dioses de las vegetaciones traicionaban los pactos.
Con sus uñas de plata desarraigaba voces que insistían en aferrarse al alma del crepúsculo
y se obstinaba en desceñir cadencias en el ritmo preciso,
en la exacta bravura con que la noche, siempre acantilada, interceptaba el pulso de la tarde.
El señor de los pájaros establecía sus insurrecciones en esas latitudes donde se santiguaban las glicinas
y desovaban lunas los relojes, entre caparazones de tortugas heridas por el rayo de la muerte.
Durante interminables desconfianzas las sombras intentaron extirparle los sueños.
Durante largos miedos ocultó las heridas,
esas llagas que olían a cadáver o a lágrima o a niebla.
Durante dudas y fugacidades regresó sin abrazos por el camino de los tulipanes.
Hasta que en las riberas del otoño, una begonia con un ala rota atrapó su mirada y se reconocieron.
A su boda asistieron sólo las mariposas.
El viento ya no estaba.

ACERCA DE LA LUZ.

Llegará la mañana del día señalado por los dioses para que el huerto estalle como nunca en torno a los estanques,
impregnando de aromas las esferas, los calendarios rotos, las arenas descalzas capturadas en vientres de cristales llagados por la luna;
preludiando los pétalos del alba, las intensas corolas desvelando las pieles de los lirios.
Entonces,
de improviso,
la luz detonará entre las azucenas
y los nombres secretos de los elfos horadarán el aire en una algarabía de jazmines.
Las palabras calladas durante la impiedad de los eclipses retomarán su ritmo de conjuro, de salmodia precisa.
Serán solemnemente pronunciadas por los labios del viento.
Las palomas liberarán sus vértigos azules, su dulzura de bayas, su identidad de grávidos arrullos, su avidez de horizontes.
Encenderán el regocijo.
Desprendidas del tallo, de las hojas, de las verdes prisiones de sus cálices,
las almas de camelias peregrinas emprenderán el viaje hacia los puertos, hacia las blancas costas, hacia las torres blancas.
Lejos de los brumosos laberintos y el corazón cerrado de la noche.
Se escuchará el llamado de los robles junto a la densidad de los helechos.
Habrán de regresar los unicornios de sus lejanas diásporas, galopando sobre la espalda de los musgos tiernos
y, envueltos en sus alas deslumbrantes, los príncipes del reino retomarán las sendas del origen,
arderán en vorágine de lámparas, en una llamarada de luciérnagas.
Después de desandar las espirales, las cavernas, las secas dentelladas de las fauces oscuras.
Antes de atravesar los pórticos de piedra que jalonan rituales y solsticios y esa bifurcación de los umbrales hacia las dimensiones del misterio.
Y aunque anden los demonios azotando sus rabos de tiniebla entre las margaritas.
Aunque se empeñen en tejer penumbras, ardides como niebla desmedida, rastreras artimañas,
la luz parirá luz sobre las hierbas, sobre la castidad de las magnolias.
La luz renacerá salvajemente.
En lo alto del olivo su estatura de hoguera, de demente amapola.
Afiebrada su médula de plata, de azogue esmerilado.
Indomable la entraña.
Como fue en el principio.

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