CARLOS LUIS ORTIZ MOYANO (Alausí - Ecuador)


Poeta, comunicador social, catedrático universitario, con estudios de maestría en Estudios de la Cultura con mención en Literatura Hispanoamericana en la Universidad Andina Simón Bolívar con sede en Quito.
En el 2005 obtuvo la primera y única mención de honor en el Concurso Nacional de poesía Jorge Enrique Adoum, en el 2009 obtiene una mención en el concurso internacional de poesía el Verso Digital organizado en Andalucía España con un texto titulado Un lugar sin estaciones, en el mismo año obtiene el primer lugar y premio único en el Concurso Nacional de Poesía Ileana Espinel.
Obtuvo un premio en la Bienal de poesía de Tungurahua con el poemario Los duelos de un infante.
Ha participado en varios recitales en diferentes ciudades del Ecuador y en proyectos culturales con el colectivo ya desaparecido Machete Rabioso.
En la actualidad radica en Guayaquil y se dedica a la docencia y a la investigación.
Ha publicado Zigzag del solitario, Lírica para vagabundos, Los duelos de un infante, así como en revistas y en blogs dentro y fuera del país.


VIII

A Carola Caiozzi, en el Sagrado

Caminaba, se enredaba en el augurio de la hierba, se vivificaba en las grietas, que deformes desplazaba la lluvia sobre las canchas. Los árboles recién plantados se devoraban hacían afuera, y era una bocanada de humo el teatro vacío. Antes, detrás de una ventana, unos ojos claros me enseñaron a reconocerme en la estancia de las rejas, porque era allí donde empezaría nuevamente el martirio del poema. Es la vida, me decían otros, para encontrar una respuesta que sólo podía ser disgregada en el mar.

XI

Reviso mis pertenencias,
son pocas,
comparadas con las pertenencias de un muerto.

XIV

Toco mi cuerpo y siento la tersura de quienes partieron.
El olvido se vuelve una sola masa corpórea,
líneas de fuego se desmoronan en mis dientes
que de a poco se convierten en la carencia del polvo.
Muerdo todas las manos que tapan mi espejo,
entonces muerdo el vacío.
Estoy en deuda con la estación donde los primeros versos
fueron también los primeros grilletes.
Llevo una legión de gusanos,
que a coro cantan la última andanza de mis muertos.
Me arrullo en los anaqueles cercados por la lluvia,
que es siempre la misma en cualquier lugar, en cualquier pensamiento
y en cualquier invierno.

Crece el poema como un niño encerrado.

XVIII

El patio se endureció cuando el niño se empapó de arrugas,
los retratos se deslizaban sobre la fauna de una herida,
porque también las heridas están compuestas de animales,
de regiones donde el clima es tan descalzo como el pensamiento.

Escuchaba el ladrón de limones
una canción en la misma cantina donde murió su padre.

Esa manía de treparse a los árboles
de confundir los frutos con estrellas delgadas.

El niño hundía sus dedos en una lavacara
y un barco de periódico intentaba salvar su proa.

Oh capitán my capitán,
Oh marinero en tierra.

El ladrón de limones y el niño
son los mismos cuando me enlazo a la bruma.

XXI

Una franja de arena tapa la casa que habito
no sé qué lugares me esperan
ni en cuantos he vivido.

La ciudad crece con sus bailes de medio día,
con su esfera dorada quemando los parques.

¿ A quién se le ocurrió hacer crecer a los hombres?

La única patria que salvo es la infancia
con sus adoquines quebrados de humedad,
con un gato tuerto,
con una revista alquilada.

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